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Entrevista a la pintora Carol Moreno  por  Jesús Martínez

Diana

Hotel Saint Gregory, inspirado en el Fairmont San Francisco (cinco estrellas, “reputación de servicio impecable”).

En los años ochenta, la serie Hotel (ABC, Aaron Spelling) enganchó a tantos telespectadores como población española censada. Con actores como James Brolin (Atrápame si puedes) y Connie Sellecca (Segundas oportunidades), la buena acogida que tuvo se debió más que a la exclusividad, a la cercanía de las vidas mundanas, que conectaba con las inseguridades propias de una clase media asfixiada por los impuestos. En Hotel, la sociedad sí estaba representada: la recepcionista, el botones, el cocinero… Pero les faltaba un perfil. Si la serie se repusiera o bien una secuela fuera programada, la figura de la que carecen podrían encontrarla en el Hotel Palace, antiguo Ritz de Barcelona (cinco estrellas, “para vivir un sueño”): la pintora.

Con unos ojos de papel metalizado y con unas manos que se aferran a los pinceles Rembrandt (La ronda de noche), como si la paleta de colores fuese el arpa de Harpo, y vestida con una bata blanca manchada de añil y turquesa, la artista Carol Moreno (Barcelona, 1976; www.carolmoreno.com) ha decorado buena parte de los salones del Palace. Su firma se agazapa en una de las esquinas del Salón Cugat, por el compositor y director de orquesta Xavier Cugat (Cerezo rosa y manzano blanco), hoy reconvertido en un espacio para business, adornado de un estanque dorado, un cañaveral de garzas sedosas sobre un fondo que imita el papiro. En realidad, el sello distintivo de Carol no es una firma picassiana, que también, sino una mariquita (“pequeñas, que pasan desapercibidas, pero están ahí”). La línea roja del Bus Turístic podría extenderse hasta Gran Via de les Corts Catalanes, 668, la dirección del Palace: muchos japoneses no se percatarán de los medallones, las lunetas y los arreglos florales, pero admirarán los finos trazos de esta bella donna que, discreta como un gato abisinio, ha hecho de las estancias, de las cavidades, de las habitaciones, museos que laten.

Hija de modista y de taxista, la carrera de Carol Moreno podría haber tomado otros derroteros si no hubiese hecho caso de esas ondas gravitacionales que algunos llaman instinto. “De pequeña compraba las láminas de Emilio Freixas [El Capitán Misterio]; costaban cinco pesetas, y con ellas aprendía a dibujar, que era lo que me pedía el cuerpo, y así me evadía”, resalta, atenta a la intensidad de la luz en el hall del Palace, junto a las columnas marmoleadas con el verde botella de Carrara, los muebles Luis no sé cuántos y el perfume de almizcle Cascade, de Chopard (“realza tu audacia”).

En el 2005, y tras varios trabajos relacionados con el diseño gráfico (incluso recibía encargos de particulares para pintar con aerógrafo cascos de moto), dejó la multinacional Ricoh (“Imagine. Change”). Se hizo autónoma.

“Me especialicé en decoración, y me salté las galerías para ofrecer mis servicios directamente, sin intermediarios”, explica.

La diplomatura en el Institut Europeu de Comunicació i Marketing le sirvió para darle un enfoque comercial a su proyecto, con un plan de viabilidad hecho a medida, aunque ella prefiera el término “bola de cristal”. “Ahora, la empresa soy yo misma, y hago mis propias prospecciones [de mercado, para buscar clientes y posibles compradores]. Trabajo para mí”, dice, aliviada.

Cuando asegura que trabaja para ella, quiere decir que experimenta con tinta china, acuarela, pasteles, geles, con diferentes técnicas y gamas y texturas. “Con acrílico y óleo estoy más suelta”, apostilla.

En el 2010, el interiorista Jaime Beriestain (Jaime Beriestain Studio) la fichó para renovar los paneles, los techos y los trampantojos del Palace, con el que sigue ligada. “En estos momento estoy pintando una serie de paisajes de Barcelona, para las habitaciones. Bueno, principalmente, los cuadros estarán en salones del hotel, como, por ejemplo, el Salón Rubí y el Salón Topacio, y otros se colgarán en las habitaciones”, se enorgullece, y le tiene un especial cariño al mural de la azotea, el Jardín Diana, por la diosa de la luna, la naturaleza y la poesía. El nuevo dueño de este edificio de 1919, el argelino Ali Haddad (compró la propiedad al empresario Joan Gaspar), ha escogido como emblema y firma de la marca el faisán Palawan, de azul eléctrico, que aparece en primer término, junto al falso estanque.

Carol Moreno también es una marca (“embellece espacios únicos y personales a través de la pintura artística”).

Inquieta. Emotiva. Comprometida. Maravillada por el victoriano Lawrence Alma-Tadema (Las rosas de Heliogábalo), cree que, en un futuro, podrá aplicar su saber artesano a las suites del hotel en el que pinta, discreta como los gatos abisinios y como las mariquitas, benefactora.

Una de las suites del Hotel Palace lleva el nombre del surrealista Salvador Dalí (Gran arlequín y pequeña botella de ron), con espejos italianos, baños romanos y camas con dosel.

Llegará el día en el que la Suite Carol Moreno valga tanto como su nombre.

Jesús Martínez

 

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